sábado, 31 de diciembre de 2016

LOS HIJOS DE LARRA

Todos conocemos, por lo intenso y trágico de su breve existencia, la biografía de Mariano José de Larra y Sanchez de Castro (1809-1837), la de sus descendientes, no es tan conocida,  vidas que no desmerecen en interés a la de su progenitor. Larra tuvo de su matrimonio con Pepita Wetoret y Velasco (1809-1894)


tres hijos Luis Mariano,  Adela y Baldomera.


Luis Mariano de Larra Wetoret (1830-1901), llamado familiarmente Cocó, y por las malas lenguas que nunca faltan “en este país”, “Larra, el malo”, fue, ademas de funcionario del Estado, dramaturgo de éxito (su obra mas celebrada fue “La oración de la tarde”) y libretista de zarzuelas, entre ellas la famosísima “El barberillo de Lavapiés”, con música del maestro  Barbieri, estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 18 de diciembre de 1874. Casó con la actriz Cristina Ossorio Romero y tuvieron, como sus padres, tres hijos: Mariano, María y Luis. Aunque ganó mucho dinero con sus obras dramáticas murió pobre, como su padre.


Adela de Larra Wetoret (1831 – ?), la niña que con solo seis años descubrió el cadáver de su padre la fatídica noche, casó con Diego García Nogueres, un potentado, natural de Santa Fe. Ella fue la famosa “dama de las patillas”, amante o, al menos, amiga especial del rey  Amadeo I de Saboya.


Galdós la retrata en los Episodios Nacionales “Amadeo I” :
“Era la tal de mediana talla, bien formada y no mal constituida de carnes y anchuras … el rostro, tan agraciado como hermoso: tez morena, ojos expresivos, grande la boca, tan abundante el pelo, que no se contenía dentro de sus límites naturales, extendiéndose por delante de la oreja , como un rudimento suave de varoniles patillas”. El Conde de Romanones  da por cierta la aventura del Rey galantuomo con la “dama de las patillas” a la que describe como “ Mujer grácil, por cuyas venas corría la sangre de un escritor genial, maestro del periodismo, reunía a su seductora belleza el atractivo de un espíritu cultivado de un vivo ingenio”. Habitaba Adela en un hotel del paseo de la Castellana adonde acudía el rey todas las noches, acompañado de su fiel Locatelli. La historia concluyó cuando, durante las vacaciones veraniegas de la corte en Santander, Amadeo sedujo a la rubia esposa del corresponsal del Times. Cuando los rumores del affaire llegaron a Madrid, una indignada Adela se puso en contacto con un redactor de El Imparcial, dispuesta a hacerle llegar las cartas de amor del rey. Será uno de los amigos más íntimos del rey, Díaz Moreu, el que evite el chantaje, recuperando las cartas a cambio de una abultada cantidad de dinero. Desde ese momento  Adela se dedicará a acosar al rey, persiguiéndolo por todo Madrid, hasta que Amadeo, harto de encontrarse a su ex-amante en toda clase de saraos y actos oficiales, dé orden de que se la destierre “cuanto más lejos, mejor ”.

Poco después las Cortes depondrán al rey , y proclamarán la República. Esa caída será el origen de la fortuna y desgracia de la más pequeña, de los hermanos Larra:


Baldomera,(1835 -1915) según algunas opiniones verdadera pionera de la ingeniería financiera. Casada con el médico del rey, el cambio del regimen deja a la familia en la calle, y el doctor acaba emigrando a América. Su esposa, menguados sus ingresos y con varios hijos a su cargo, acaba en manos de una prestamista, a la que ofrece el ciento por ciento de interés. Lo que empieza como una fanfarronada acabará por convertirse en el germen de una de las estafas más célebres de la historia de España.

El rumor se extiende por Madrid: hay una caja en Madrid que promete unos intereses del 300%, que abona puntualmente. En los barrios populares, la historia excita la imaginación de las masas. Las colas la Plaza de la Paja, donde tiene su sede la Caja de Imposiciones, se convierten en algo rutinario. Doña Baldomera se ganará el título de madre de los pobres.

Pronto empiezan a llegar gentes de fuera de Madrid, dispuestas a reclamar su parte del paraíso que les ofrecen a un 300%.

Y mientras se prepara la catástrofe, las autoridades, ¿qué hacen? Nada. Meses pasan antes de que el asunto aparezca en los periódicos. Para entonces ya circulan por organillos, pianos de café y tiendas de partituras varias piezas dedicadas al asunto.


Mientras tanto, nuestra heroina ha conseguido burlar el cordón policial y cruzar la frontera por Irún, aparentemente en dirección a Bruselas (donde, cazador cazado, pierde una abultada cantidad de dinero en la quiebra de un banco local), y posteriormente a París, donde será detenida en julio de 1878.

De su matrimonio con García Nogueres nacieron tres hijos: Diego, Abelardo yAdela.


Historia de Madrid de Federico Bravo Morata

Anécdotas y Leyendas de Madrid de Francisco Azorin









viernes, 30 de diciembre de 2016

ANECDOTA EN LA PUERTA DEL SOL

Carlos III ordenó edificar la Casa de Correos. El lugar elegido fue la Puerta de Sol. Presentaron planos para la construcción Ventura Rodríguez y un arquitecto francés llamado Marquet. La comisión especial prefirió los planos franceses.


Jaime Marquet

                     

Dice la leyenda que cuando se estaba construyendo esta casa se apareció el Demonio a los albañiles y les dijo que la edificación eran propiedad del Infierno, y que la culpa estaba en haber aprobado los planos de un francés desechando los planos de Ventura Rodríguez. Los albañiles hablaron con sus capataces y éstos pusieron el hecho en conocimiento del director de la obra.

Poco después la Inquisición ordenó a un fraile, muy avezado en esto de conversar con el Diablo, se quedase en la obra mientras los albañiles trabajaban, por si volvia el “Maldito” poder hablar con  él un rato y aclarar algunos extremos. El fraile se instaló y, naturalmente, hubo que proveer a que comiese allí, por cuenta del constructor, pero parece ser  que el Demonio, sin duda muy ocupado en achicharrar gente, no volvió a pasar por allí. El fraile, naturalmente, continuó figurando en nómina, aunque ya, conjurado el peligro de nuevas visitas del Demonio, no aparecía por la obra.


”  El edificio – dice Fernández de los Rios – es de piedra caliza, llamada de Colmenar, en su mayor parte; granito en los zócalos exteriores y en los pórticos del patio y ladrillo fino en la fachada Sur, y en los entrepaños de las otras tres, ladrillo que fue tapado. Dícese que a Marquet se le olvidó la escalera al proyectar el edificio, y hay motivos para creerlo así, porque realmente no se encuentra allí el sitio natural donde colocar una escalera aceptable. La casa fue ocupada primero por la Dirección de Correos, la Administración del Correo Central, luego la Capitanía General y el Gobierno Militar y una guardia de prevención. Cuando se creó el Ministerio del Interior (después llamado de la Gobernación), primero se instaló en la calle de Torija, donde había estado la Inquisición, pero después se trasladó a esta primitiva Casa de Correos.”

No terminan las leyendas del caserón con las visitas más o menos frecuentes del Diablo. Cuenta otra tradición que al entrar en Madrid las tropas de Napoleón,


un capitán de dragones francés ocupó el edificio con veinticinco soldados. El pueblo rodeó el edificio y los soldados pudieron salir y abrirse paso hasta el grueso de la tropa francesa muy a duras penas. Pero el tal capitán había desaparecido. A la gente le dió por decir que como era francés también tenía tratos con Lucifer, y que éste le había escondido dentro del reloj. Fueron llamados relojeros que buscaron con ahinco dentro de la maquinaria… ¡ y vaya si le encontraron ! Sólo que como era francés y estaba endemoniado, se había convertido en un minúsculo ratón… Mala suerte le dieron al pobre ratón pensando que no era un simple roedor sino un capitán francés transfigurado.


Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid de Francisco Azorin.





miércoles, 28 de diciembre de 2016

ERMITA DE SAN ISIDRO

Fundada por la Emperatriz Isabel, mujer de Carlos I, en 1528, a la orilla derecha del Manzanares, en una altura en la que, según la tradición, abrió el Santo una peña milagrosa; sobre ella se inscribió, en una tosca lápida, la siguiente décima:

                          " ¡ Oh ahijada tan divina
                          Como el milagro lo enseña !
                          Pues sacas agua de la peña
                          Milagrosa y cristalina,
                          El labio al raudal inclina,
                          Y bebe de su dulzura,
                          Pues San Isidro asegura
                          Que si con fe la bebieres
                          Y calentura trujeses,
                          Volverás sin calentura."

En un bosquecillo que había alrededor de la fuente, hoy consagrada a San Isidro, salió a la reina Isabel I un oso que la acometió de improviso, y que la tradición asegura logró matar de un rejonazo.

En la ermita de San Isidro dio la condesa de Olivares, en febrero de 1637, una fiesta que se compuso :

" De la música del Almirante de Castilla, que alegra; de la del Príncipe de Esquilache, que admira y de la de Vicente Suarez, que pasma."

Los reyes y su cortejo atravesaron el Manzanares en barcas doradas.

La actual ermita, fué construida por el marqués de Valero, en 1721


Basado en la Guia de Madrid de A.Fernández de los RÍos 

Vista de la romería del 15 de mayo de 1945, fotografía Urech

martes, 27 de diciembre de 2016

LOS LAVADEROS DEL MANZANARES

Los lavaderos propiamente dichos, las construcciones con aguas y otros medios en que interviene el arte, no existieron en Madrid. En tiempos de Carlos IV se dispuso la construcción de lavaderos corrientes en la orilla oriental del Manzanares, pero como tantas otras cosas entonces proyectadas no se realizaron. Merecen, mencionarse los que existieron a orillas del Manzanares, que dan a este rio en las inmediaciones de Madrid un carácter peculiar y pintoresco, aunque enteramente primitivo.

Por lavadero se entiende cada casa con parte de orilla y de terreno para tendederos que le corresponde; las bancas consisten en un cajón en que se coloca cada lavandera para preservarse en lo posible de la humedad, con una tabla delante, sujeta con estacas clavadas en la arena, que servía para lavar sobre ella.  

Según A.Fernández de los Rios en la Guia de Madrid

Fotografía sin fecha de Otto Wunderlich
Los lavaderos en 1920 fotografía Alfonso
Lavanderas hacia 1900 fotografo Anónimo

domingo, 25 de diciembre de 2016

MADRID VISTO POR URECH

Manuel Urech López, (Zaragoza 1904 -Madrid 1985) fue uno de los más destacados fotógrafos gráficos de Madrid.


EL 25 de mayo de 1956 la leona Sheriff salió a darse un garbeo por las calles de Madrid, se escapó del Circo Americano situado  junto a Nuevos Ministerios. Urech  le hizo la foto. A pesar de estar trabajando ya en el diario Madrid, la imagen fue portada del diario ABC el día siguiente.


Un taxista madrileño de 1945 con las ruedas delanteras de su vehículo muy desgastadas.


Cabalgata de Reyes a la altura de la Puerta de Alcaláhacia finales de los años 40


El periodista José Aguirre Bellver hablando con el chico de los recados de una tienda de ultramarinos en 1954


Desfile militar en 1947 por una Plaza de Colón reconocible únicamente por el monumento.


El día que se inauguró el cine Lope de Vega el 11 de abril de 1957


Abanderados del desfile de las Juventudes hitlerianas en octubre de 1941 a su paso por Cibeles.










martes, 20 de diciembre de 2016

MARIA DE LAS MERCEDES DE BORBON

Nace en el Palacio Real de Madrid el 11 de septiembre de 1880, bautizada el 14 de septiembre de 1880 como María de las Mercedes Isabel Teresa Cristina Alfonsa Jacinta Ana Josefa Francisca Carolina Fernanda Filomena María de Todos los Santos, fue infanta de España y princesa de Asturias.


Infanta María de las Mercedes Borbón y Habsburgo



                        Escudo de Maria de las Mercedes

Fue la hija primogénita de Alfonso XII (1857-1885) y de María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929). Cuando murió su padre, el rey Alfonso XII, el 25 de noviembre de 1885, se decidió esperar y no proclamar a la infanta María de las Mercedes reina de España debido a que su madre estaba embarazada y podía tener, como así fue, un varón que tendría preferencia sobre ella.  La reina María Cristina dio a luz a un niño el 17 de mayo de 1886Alfonso XIII, que se convirtió en rey desde su nacimiento bajo la regencia de su madre y María de las Mercedes continuó siendo princesa de Asturias

Contrajo matrimonio el 14 de febrero de 1901 en el palacio Real de Madrid con el príncipe Carlos de Borbón Dos Sicilias (1870-1949), hijo de Alfonso de Borbón-Dos Sicilias, conde Caserta.


El matrimonio tuvo tres hijos todos ellos nacidos en el Palacio Real:

Alfonso 1901-1964 Infante de España Príncipe de Asturias hasta el nacimiento del primogénito de Alfonso XIII en 1907

Fernando 1903-1905 Infante de España

Isabel Alfonsa 1904-1985 Infanta de España



El matrimonio y sus dos primeros hijos Alfonso y Fernando


La princesa de Asturias falleció de sobreparto en 1904 dando a luz a su única hija. Su segundo hijo, Fernando, fallecería un año más tarde.









 Su viudo Carlos se volvería a casar, esta vez con Luisa de Orleans (1882-1958) una princesa de Francia,


Fotografía de Christian Frause

 y serían los padres de María de las Mercedes de Borbón y Orleans la madre de D. Juan Carlos I




Las fotografías del desfile, comitiva, armón y carroza fúnebre son de Salvador Azpiazu, del archivo Azpiazu 795, 797,802, 798, 800, 221, 357 de AMVG.





















lunes, 19 de diciembre de 2016

EL ULTIMO POSEEDOR DE LA ALAMEDA DE OSUNA

Novelesco, sorprendente, desconcertante, ejemplar, indignante en ocasiones , he aquí el personaje más espectacular del Madrid de mediados del siglo XIX:


El excelentísimo señor don Mariano Francisco de Borja, José, Justo Téllez-Girón y Beaufort-Spontin ( Madrid 19 de Julio de 1814 ,  Beauraing (Bélgica) 2 de Junio de 1882), XII duque de Osuna. Nadie tuvo jamás tantos títulos y honores como él. Dando aquí solamente la cuarta parte de ellos, tenemos los siguientes, aparte del ducado de Osuna, ya citado: conde y duque de Benavente, duque del Infantado, de Lerma, de Gandía, de Arcos, de Medina de Rioseco, de Béjar, de Plasencia, de Pastrana, de Estremera, de Monteagudo, de Francavilla, de Mandas y de Villanueva; príncipe de Squilache, del Mérito y de Eboli; marqués de Peñafiel, de Tavara, de Gibraleón, de Lombay, de Terranova, de Santillana, de Zahara, de Almenara, de Cenete, etc., etc.

¡ Pasmo del siglo XIX ! Cuando esta figura relevante acudía a Palacio, su presencia no era menos destacada que sus honores: aparecía vestido de general del Ejército, en gran gala, con el collar del Toisón de Oro, la Gran Cruz de la Orden Imperial de San Alejandro Newsky, concedida por el zar de Rusia; la Orden de Carlos III, la Gran Cruz del Mérito Militar blanca; la Gran Cruz de la Suprema y Real Orden Prusiana del Aguila Negra; y así hasta sus buenas tres docenas de condecoraciones, medallas, cintas y bandas.

En cuanto a sus propiedades, el duque de Osuna tenía palacios en Madrid – tres -, en Guadalajara, en Aranjuez, la célebre Alameda de Osuna, en Benavente, en Gandia, en Osuna, en Pastrana, en Toledo, en París, en Bruselas, en Manzanares, en Béjar, en Sevilla y todavía en dieciséis lugares más. Todos estos palacios, rodeados de inmensas fincas, cuidadas por interminables equipos de jardineros; palacios en los que era fama que a cualquier hora del día y de la noche se podía llegar, pues siempre estaba el servicio dispuesto y la comida preparada.

¿ Puede imaginarse el rio de dinero que todo este boato suponía ? El duque de Osuna gastaba algunos días más que el presupuesto general del Estado español. Porque era él mismo un estado dentro del Estado.

Todo lo del duque de Osuna es, como el mismo, majestuoso, recargado, ornamental. No hubo jamás otro madrileño, como éste. Con tener más de cien títulos aún le parecían pocos y se inventaba, para adjudicárselos, unos cuantos más. Con ser propietario de docenas de residencias suntuosas, todavía pretendía más, y también se las inventaba. Era camarero mayor del rey, notario de Castilla y almirante de Castilla; era todo lo que el más ambicioso del siglo XIX pudiera ambicionar, pero nada de eso le bastaba y en sus tarjetas se hacía escribir: “Grande de los Grandes de España ” en un tiempo en que España todavía podía soñar con grandezas y con grandeza.

El duque de Osuna nunca tenía nada que hacer y jamás tenía un minuto libre. No movió un dedo que redundara en riqueza nueva o trabajo o servicio: lo suyo era ir de aquí para allá figurando siempre, ostentando siempre, presumiendo siempre. Ni uno de sus movimientos tenía naturalidad, espontaneidad. Obraba como un actor que ensayaba delante de un espejo, cuidando los gestos, las actitudes los ademanes.

El tenía que ser en cada instante más que los demás. Si un duque se paseaba Madrid a bordo de un carruaje que, por la estructura o por el tiro, causase sensación, bastaba que la noticia llegase al de Osuna para que éste se sintiera en el deber de emularle y rebasarle; días después, meses después a los sumo, otro carruaje del mismo estílo, pero de tono infinitamente superior, desfilaba despacio por los mismos lugares que el  otro había hollado,  y arriba, repatingado, repartiendo miradas por encima del hombro y saludos ceremoniosos.

Fatuo hasta lo incomprensible, no era mayor su culpa que la de los reyes que se lo toleraban y de los inferiores en grado, que le adulaban. A tal España, tal hombre. De las veinticuatro horas de cada jornada, a su Excelencia se le iban no menos de tres en el tocado y acicalado: afeitarse, dejarse masajear, atender a los bucles, elegir nueva ropa, bañarse poco y perfumarse mucho, como era de rigor en su tiempo entre las clases altas; elegir menús, desechar citas y escoger pañuelos de seda… Luego, el paseo, las visitas a Palacio, visitas en las que lo de menos era lo que el señor duque iba a hacer, y lo de más era saludar mariscales, besar anillos de obispos y, si acaso, hincar la rodilla ante la soberana, la reina niña Isabel II, a la que el duque le gustaba mucho por lo bonito de sus atuendos, lo fuerte de sus perfumes y lo atildado de sus maneras.



Para la niña subida al trono, su excelencia el duque de Osuna era a la manera de payaso vistoso y movido, distinto, y la atracción que povocabaen la regia persona era más o menos como la de los tíos-vivos y caballitos de las verbenas en toda la muchedumbre infantil.



No se sabe de otro hombre que, como el duque de Osuna tuviera a un mismo tiempo 366 pantalones, uno para cada día del año y aún uno más. Era fama en Madrid que el duque recordaba todos y cada uno de sus pantalones, y al pedirlos a su ayuda de cámara daba todos los detalles para que no pudiera haber confusión. Como era calvo, se daba pomadas en la cabeza para que el cráneo lustrado brillase más. Usaba monóculo y había adquirido soltura y gracia en sujetarlo con el pliegue del pómulo y en dejarlo caer. Vivía pendiente de sí mismo, de figurar, de aparentar, de sorprender, de epatar. Parodiando a ciertos nobles franceses, al duque le llamaban muchas veces su Elegancia en lugar de su Excelencia.

Todo lo que a Su Excelencia rodeaba de cerca era despilfarro puro. Una noche estando reunido en su casa con ciertos amigos, a los que tenía invitados a cenar. En estas ocasiones, el duque apenas probaba bocado, no por falta de apetito, sino porque comer poco en presencia de los demás era lo dandy. Algo había en el atuendo de uno de los comensales que llamaba la atención del magnate. ¿Qué era?… ¡ Ah, sí !Una corbata, una bonita corbata que lucia aquel que estaba sentado exactamente frente a él.

– ¡ Bonita corbata ! – dijo el duque, a lo que respondió el aludido:
– ¡ Bah, no tiene importancia ! La compré en París.

No necesitaba oir más su Excelencia. Tiró del cordón para llamar a un criado, y, cuando se presentó éste, le dió una orden al oído, una orden que obligó al sirviente a dirigir la mirada también hacia la famosa corbata. Poco después, un enviado especial del duque salía quemando caballos hacia la capital de Francia, con la única misión de adquirir en París una corbata igual, o, si podía ser, más bonita todavía.

Fanfarrón hasta ocasionar una situación embarazosa en las relaciones diplomáticas con el zar de todas las Rusias. Hallándose en la Corte rusa, el duque de Osuna tiene conocimiento de que su Majestad imperial ha enviado a Siberia, una costosa expedición: se trata de obtener ciertas pieles, rarísimas de zorro azul. Tras varios meses de viaje, la expedición regresa a San Petesburgo y poco después la zarina luce, sobre sus hombros, un fastuoso manto de zorro azul.

Aquello no puede soportarlo la vanidad del duque de Osuna, en secreto, organiza y costea otra expedición a Siberia, encargada, también, de traerse pieles de zorros azules. Y cuando estos segundos expedicionarios regresan, el duque manda hacer dos capotes o pellizas, todo ello en secreto también. Son las pieles que sólo la zarina rusa emplea, las pieles que son, por su costo y rareza, la máxima ambición y el máximo asombro. Cuando las pellizas están terminadas, el duque regala una a su cochero y otra a su lacayo.

Jamás Madrid ha dado un personaje tan estrambótico. Todo el centro del siglo XIX madrileño se llena de las peripecias constantes de este figurón extraordinario. En una sola fiesta dada en su palacio de Las Vistillas, en honor de la reina, sólo invita a doce parejas, por ser precisamente el doce la cifra de Su Majestad. Esta fiesta llega a costar, con gran escándalo de la Corte y del pueblo, 160.000 pesetas. Un dato: un kilo de carne de primera calidad costaba, aproximadamente, cinco reales.


Palacio del los diques de Osuna en Las Vistillas


Lleva cincuenta años quemando las numerosas heredades. Esto, naturalmente, ha de tener un fin. Pero, genio y figura, Osuna sigue siendo pródigo y loco aun en la miseria. Curiosa miseria que se mantiene porque se niega a vender este traído y llevado palacio de Las Vistillas, por el que un Banco le ofrece la suma, entonces inconcebible de cincuenta millones de pesetas, del siglo XIX

Muere el duque en 1882, arruinado hasta el extremo de que sus acreedores sólo pudieron resarcirse, hecha la subasta, de un 30 por ciento.

(Historia de Madrid de Federico Bravo Morata. Edit.Finicia 1972)





miércoles, 14 de diciembre de 2016

LA CONJURA DE ANTONIO PEREZ



Eran las nueve de la noche del lunes de Pascua de 1578. Un hombre volvía a casa a caballo, por las calles de Madrid. Tal vez fuese repasando mentalmente los importantes asuntos de Estado que tenía entre manos. Aunque él aún no lo sabía, lo cierto es que ya no le quedaba mucho tiempo para vivir preocupado por tales cuestiones. Y es que aquel 31 de marzo, nuestro protagonista se topó con quienes iban a quitarle la vida. De repente, en la hoy conocida como calle de la Almudena, cinco asesinos a sueldo cayeron sobre él; uno de ellos lo atravesó de parte a parte con su espada, derribándolo de la montura y causándole la muerte casi en el acto. Los asesinos se enfrentaron con algunos vecinos y los criados de la víctima; en la refriega perdieron algunas armas y sus capas, pero pudieron huir.



Madrid, en el siglo XVI, era una ciudad peligrosa. Y no era raro que se perpetrasen crímenes de estas características en sus oscuras y estrechas calles. Pero este asesinato no era como los demás. De entrada, los criminales no se llevaron las joyas que el difunto seguía luciendo cuando ya se encontraba tendido en el suelo: una cadena de oro que le rodeaba el cuello y anillos engarzados con diamantes, que también adornaban sus puños. La víctima, además, no era un cualquiera; se trataba de don Juan de Escobedo, secretario y hombre de la máxima confianza de don Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II y por aquel entonces gobernador de Flandes.



El secretario del rey

En 1578, Antonio Pérez era un hombre de 38 años, elegante,amante de la vida lujosa, aficionado a la pintura y la literatura,y también enormemente ambicioso. Su ascenso en el gobierno de Felipe II le vino facilitado por su padre, Gonzalo Pérez, antiguo secretario de Carlos V. Su agudeza, desenvoltura, inteligencia e instinto político sedujeron al monarca, que le concedió importantes responsabilidades. Pero la política no le bastaba, y Antonio Pérez aprovechó su posición para traficar al más alto nivel con influencias y cargos, obteniendo de ello grandes beneficios económicos. Los embajadores extranjeros lo visitaban en su mansión en las afueras de Madrid y le traían regalos de sus príncipes paraganarse su favor. Se sabe, por ejemplo, que en una ocasión el embajador del duque de Toscana llegó con «dos mil escudos en dos bolsas, embaladas en mis calzones».
La llegada de Juan de Escobedo a Madrid en el otoño de 1577,enviado desde Flandes por su amo don Juan de Austria, fue vista por Pérez como una amenaza directa a su posición. Se ha especulado mucho sobre lo que temía Pérez: quizá que Escobedo denunciara al rey sus tráficos, o bien, según una tesis más novelesca, que descubriera la relación amorosa entre Pérez y la princesa de Éboli,la gran aristócrata que se había convertido en aliada del secretario.

El avispero de Flandes

El conflicto entre Escobedo y Pérez tenía, en realidad, razones políticas ligadas a la compleja situación de la guerra de Flandes.Pérez había recomendado en su día a Escobedo para que trabajase con don Juan de Austria; siempre ladino, pretendía contar con un espía para mantener vigilado al imprevisible don Juan. Pero la jugada le salió mal, y Escobedo y su señor se hicieron amigos íntimos.Escobedo pasó a defender los planes más atrevidos de don Juan en Flandes, en particular el de llegar a un acuerdo de paz con los rebeldes y a continuación emplear los tercios españoles en una invasión de Inglaterra; un proyecto que Felipe II juzgaba temerario y al que se oponía igualmente Antonio Pérez.
Este último tenía un motivo particular para temer a don Juan y a Escobedo: ambos sabían que el secretario mantenía negociaciones secretas en torno a la guerra de Flandes, a espaldas del rey. Era un caso que podía costarle el puesto, y quizás algo más. Pérez decidió contraatacar y se propuso convencer al monarca de que su hermano tenía intenciones subversivas. Con astucia, transmitió a Felipe II que la pretensión de don Juan era, en realidad, la creación de un Estado independiente, con el fin último de ocupar el trono de España. Tras conquistar Inglaterra –decía Pérez–, don Juan «vendría a ganar a España y a echar a Su Majestad de ella». El rey,que era receloso por naturaleza, sabía de la sagacidad y del don de gentes de su hermano, que contrastaban con su taciturnidad y gusto por el aislamiento, y tal vez sintió miedo ante el escenario que su secretario le retrataba.
Cuando Escobedo llegó a la corte, Pérez lo pintó ante el rey como instigador de las peligrosas maniobras políticas de don Juan.Felipe II estaba dispuesto a detenerlo, pero Pérez le convenció de que eso no era suficiente. Le aseguraba que «si éste [Escobedo]volvía [a Flandes], revolvería el mundo; si se prendía, se alteraría don Juan, y que lo mejor era tomar otro expediente, darle un bocado o cosa tal». Con un «bocado» se refería a envenenarlo. El rey y su ministro discutieron largamente el asunto, hasta que el monarca dio su consentimiento al asesinato. Pese a que algunos historiadores lo han desmentido, lo cierto es que años después el propio rey reconoció estar al corriente del plan y haberlo autorizado. En un mensaje que dirigió a los jueces durante el posterior proceso de su secretario afirmaba que Pérez «sabe muy bien la noticia que yo tengo de haber él hecho matar a Escobedo, y las causas que me dijo que había para ello». De ese modo, tras algunos intentos fallidos de envenenamiento, en la noche del 31 demarzo de 1578 don Juan de Escobedo fue asesinado en Madrid por criminales a sueldo.



La detención de Pérez

Antonio Pérez parecía haber ganado la partida. Durante los meses siguientes gozó de la protección de Felipe II, que rechazó todas las acusaciones en su contra, como decía un embajador: «Habiendo su Majestad aclarado que [Pérez] no ha matado a Escobedo, y que de esta calumnia está casi libre». Poco después murió en Flandes don Juan de Austria, liberando a Felipe de preocupaciones por ese lado.Pero los enemigos de Pérez no se dieron por vencidos, especialmente el secretario real, Mateo Vázquez. Al mismo tiempo, el rey se sentía cada vez más molesto con la princesa de Éboli, gran aliada de Pérez y que al parecer aspiraba a casar a uno de sus hijos con el heredero de la Corona de Portugal; «no he querido leer los billetes de la señora, porque basta lo que me ofende con sus obras,sin que vea también lo que me ofenda con las palabras», dijo el rey en una ocasión.
Finalmente, Felipe llegó a la conclusión de que Pérez lo había engañado, que le había hecho creer falsamente en la traición de don Juan para autorizar el asesinato de Escobedo. De este modo, la noche del 28 de julio de 1579, Felipe envió al alcalde de corte de Madrid y veinte alguaciles a casa de Antonio Pérez. Éste, que esa misma mañana había despachado con el soberano, estaba desprevenido.Al oír llamar a la puerta se levantó de la cama; cuando el alcaldele dijo de parte del rey que estaba preso, «tambaleó y no tenía fuerzas para vestirse», dice un informe de la época, hasta el puntode que los criados tuvieron que vestirlo a la fuerza. Poco después,la princesa de Éboli fue detenida en su residencia. Felipe creía que así terminaba con el escándalo que agitaba la corte desde hacía más de un año; pero Antonio Pérez se encargaría de mantenerlo vivo durante largos años.

Por María Fátima de la Fuente del Moral. Universidad Complutense de Madrid, Historia NG nº 111







lunes, 12 de diciembre de 2016

HILDEGART

El periódico de Madrid Nuevo Mundo publicaba el 9 de junio de 1933 la crónica de José Montero Alonso sobre el horroroso crimen de la joven Hildegart Rodríguez, a los 18 años, asesinada al alba una semana antes por su madre Aurora Rodríguez Carballeira que le mete cuatro balazos a su hija mientras dormía.

Tres en la cabeza y uno en el corazón.El asesinato de Hildegart Rodríguez ocurrió en su casa, en la esquina de la madrileña calle Galileo con Fernández de los Ríos. La víctima fue bautizada como Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda Maria del Pilar Rodríguez Carballeira (1914-1933).


No es un asesinato cualquiera, es un escándalo que conmociona a la España efervescente de la II República.

En el nombre que había puesto a su hija estaba, tal vez, la  clave: Hildegart, que en alemán significa ‘jardín de sabiduría’.  tenía esto calculado y todo lo demás. Por esta razón, le robó la infancia y le dio, a cambio, una mente cultivada hasta el extremo. A los tres años, Hildegart sabía leer. A los 10 hablaba inglés, francés y alemán; a los 13 terminó el Bachillerato; a los 14 ingresó en las Juventudes del Partido Socialista; a los 17 se licenció en Derecho y empezó Medicina.


Para Aurora, Hildegart más que una hija fue un proyecto. La engendró, la educó, la instruyó y la custodió con el firme y único propósito de crear a la mujer perfecta



No era muy agraciada físicamente, pero asombraba a toda la sociedad del momento por su capacidad de tratar con total naturalidad y con gran inteligencia temas tabúes como la prostitución, la liberación de la mujer , la anticoncepción y la esterilización de los débiles , siguiendo las enseñanzas eugenésicas que le había transmitido su madre.


Hildegart, al cumplir los 18 años, manifiesta ya su deseo de independizarse de su madre , de alejarse de ella para respirar en libertad. Hildegart escribe “Yo quiero vivir mi vida.Quiero marcharme donde sea, pero sin tenerte constantemente pegada a mi como una sombra, ni escuchar a todas horas recriminiaciones y augurios siniestros, sin que trates de tkorce mi vida, para mejor servir a tus fantásticos anhelos”. La relación entre ambas cada vez es peor, llegando a atacarse mediante artículos de prensa.

Hildegart fue una de las personas más activas de su tiempo en el movimiento por la reforma sexual en la España, y estuvo conectada con la vanguardia europea en ese tema, teniendo correspondencia con Havelock Ellis, de quien era traductora. Al fundarse la Liga Española por la Reforma Sexual presidida por el doctor Gregorio Marañón es escogida secretaria sin vacilaciones.


Publicó múltiples textos, entre ellos la monografía La Revolución Sexual que vendió 8.000 ejemplares, sólo en Madrid, en la primera semana tras su publicación. Mantuvo una extensa correspondencia con personalidades europeas de la época, entre ellas con H. G. Wells, a quien acompañó extensamente cuando visitó Madrid y cuya pretensión de llevarla a Londres como secretaria, además de con la intención de que se separase de su madre y desarrollase su potencial, dio lugar a las paranoicas conspiraciones que Aurora veía a su alrededor.

Aurora Rodríguez Carballeira, a las ocho de la mañana, en el piso que ambas compartían en la calle de Galileo, 57, cuarto, descerrajó cuatro tiros a su hija, con la misma frialdad con que la había engendrado y había hecho de ella “un adalid del progreso”. Antes de cometer el crimen,  Aurora mandó a la sirvienta, Julia García Sanz, a que sacara a dos perros a pasear. Tras el crimen -y sin esperar a la criada- doña Aurora salió a la calle, no sin antes pedirle fríamente a la portera que buscara a la pobre Julia que fue la que se encontró con el cuerpo acribillado de su señorita, dicho sea con todos los respetos para la pobre Hildegart. Doña Aurora se fue tranquilamente a casa del diputado señor Botella Asensi, quien le recomendó que se presentara a las autoridades.


No es un asesinato cualquiera, es un escándalo que conmociona a la España efervescente de la II República.

La madre probó el arma en la azotea

La que se armó en el bloque de viviendas no es para contado. La criada, histérica, dando voces en la escalera, los perros ladrando, la portera puntualizando detalles de Aurora, los periodistas enloquecidos con la noticia… Por los vecinos sabemos que unos días antes doña Aurora subió a la azotea de la casa armada de una pistola con la que hizo un disparo al aire y después de comprobar que el arma funcionaba bien se retiró a sus habitaciones.


Un año después, en mayo de 1934, se celebró el juicio por parricidio en Madrid. Allí doña Aurora se declaró anarquista integral y dijo que para salvar a la Humanidad era necesario concebir y criar a un hijo desde el primer momento con estos ideales amén de otros discursos que tenían apabullados a los asistentes. Por cierto, la práctica de la prueba pericial corrió a cargo de los doctores Vallejo Nájera y Piga, propuestos por el fiscal, y Sacristán y Prados, por la defensa. Cuatro eminencias.
Los golpes de efecto se sucedieron y el público asistía a las sesiones entre atónito y divertido. El más llamativo fue cuando el abogado defensor, López Lucas, dijo que, según sus noticias, se encontraba, entre los curiosos, el padre de Hildegart. El revuelo fue enorme mientras doña Aurora gritaba, como una posesa, “el padre de la Hildegart está muerto para ella”. “Muerto para ella”.


El 26 de mayo se cerró la vista de la causa y Aurora Rodríguez fue condenada a veintiséis años, ocho meses y un día de reclusión mayor. Dos años después, sale proclamado el Frente Popular se abrieron las cárceles, estalló la guerra y se perdió su rastro.

Fuente: Mundo Gráfico
                 ABC
                 Historia de Madrid de Federico Bravo Morata